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El abismo de nuestros desafíos


27 de septiembre de 2025

Javier Milei y su comitiva fueron a buscar a los Estados Unidos un bálsamo en medio de una crisis que, dos días antes, parecía inexorable. Y lo es, solo que con el apoyo que trajeron exultantes, intentarán estirar la agonía un poco más. Hay un hilo que conduce nuestra historia reciente desde el 83 hasta acá, y es allí donde debemos poner el foco, mirar y aprender, para transformarla en enseñanza.

Fernando Gomez

El presidente llegó a Nueva York con las urgencias de una crisis que escalaba a sus espaldas. En medio de las extensas jornadas de exposiciones en la ONU, una reunión bilateral con el primer mandatario de Estados Unidos operaba como bálsamo frente a las tensiones cambiarias, la asfixia de acceso a dólares para cumplir con los compromisos de la deuda externa y el deterioro político de un gobierno atrapado en derrotas electorales. 

El presidente de Estados Unidos expresó su apoyo al presidente argentino y a “su plan para salvar la economía argentina”.

La crónica es del 11 de Noviembre de 2001, oportunidad en la que George Bush recibió a Fernando De la Rúa en el Waldorf Tower de Nueva York, oportunidad en la que comprometió el apoyo de los organismos multilaterales para vehiculizar auxilio económico que alivie las finanzas argentinas de cara a los vencimiento de deuda que asolaban el programa económico ejecutado por Domingo Cavallo.

Un mes y ocho días después de aquel apoyo fotografiado como instrumento de alivio coyuntural en el “humor del mercado”, Domingo Cavallo dejaba el Ministerio de Economía. Un día después, Fernando de la Rúa abandonaba la presidencia de la República Argentina, dejando por detrás un asfalto tapizado en piedras y sangre de compatriotas regando las calles de nuestro país, bajo el abrasador fuego de un infierno neoliberal que empezaba a quedar atrás en nuestra historia.

La foto de De la Rúa con Bush pudo aliviar circunstancialmente las embestidas del poder económico doméstico, las críticas de las corporaciones de la comunicación y los embates de un sistema político que buscaba gestionar la crisis para capitalizarla en clave de poder institucional.

Lo que no estaba en la variable de análisis aquel 11 de noviembre de 2001, era que envuelto en silencio y atrapado en conflictos atomizados y de baja intensidad, había un pueblo herido en su dignidad, enfermo de desocupación y miseria, con sus sueños rotos deambulando por comedores escolares, comunitarios y populares abarrotados de hambre; habitando barrios maltrechos, surcados por la droga, la violencia y la desintegración social; padeciendo el individualismo como cultura y la política como síntoma de frustración.

Ese pueblo hacía explotar por los aires un país condenado a la muerte por el neoliberalismo.

Pero claro, la historia no son postales, ni relatos testimonioales de una batalla. Son procesos dolorosos cargados de enseñanzas.

Aquel “Que se vayan todos” que nacía como grito del hastío popular, se había forjado por una profunda crisis de representación política que operó durante años como legitimante de una democracia que la constante traición al voto popular había puesto en su crisis más honda.

La esperanza ante el retorno a la democracia en el 83, había sido enterrada por la entrega del modelo económico a manos de los poderosos que había llevado adelante el gobierno de Alfonsín. La traición del menemismo, que llegó prometiendo revolución productiva y salariazo, y terminó profundizando el ciclo del neoliberalismo instaurado a sangre y fuego por la dictadura, operó como un palo en la rueda en al reconstrucción del peronismo como opción de poder para la concreción de una agenda popular.

La Alianza que tuvo como síntesis a De La Rua, llegó al gobierno como emergente de la antipolítica, tapizó los Ministerios con representantes de los principales grupos económicos del sector financiero, y gobernó desde los despachos de la banca privada, hasta escaparse en helicóptero tras el fracaso del intento represivo con el que se intentó apagar el conflicto social.

La fortaleza de aquel modelo que representaba la agenda económica de las potencias extranjeras y la timba financiera, no la expresaba el gobierno de turno que le tocaba ejecutar sus intereses. La fortaleza la constituía la desintegración orgánica del Movimiento Nacional, la destrucción de la política como herramienta de transformación de la realidad, y el disciplinamiento represivo sobre la organización popular.

Paradoja forjada en la desmemoria, aquel modelo económico que condenó al pueblo argentino a la exclusión social, política, económica y cultural, se restauró en manos de los mismos personajes que aquel 20 de diciembre se escondían detrás de la debilidad de un gobierno que se escapaba por la más infame ventana de la historia.

Aquellos que forjaron el blindaje y el megacanje como política de endeudamiento externo obsceno de las finanzas argentinas, regresaron para llevar adelante un nuevo ciclo que condena los destinos de nuestra economía a las ruinas del desarrollo productivo e industrial.

La desocupación y el disciplinamiento de las condiciones de laburo reales, regresaron como prenda de buena intención para convocar a las inversiones externas sedientas de apropiarse nuevamente de nuestros recursos estratégicos.

La historia no se repite ni como tragedia, ni como farsa. La historia, tan sólo, está anclada en la memoria de un pueblo para transformarse en enseñanza, que cuanto mas rápido se aprende, en mejores condiciones nos encuentra para revertir su curso.

La fortaleza que aún conserva esta etapa no la conforma la narrativa optimista edificada por los grupos económicos tras la reunión de Javier Milei y Donald Trump.

El Presidente es, apenas, la imagen nítida de un movimiento neurodivergente, refugiado en una realidad que sólo existe en sus atribulados pensamientos, rodeado de su hermana y un puñado de personajes que aceleran los negocios que ejecutan a su sombra y buscan no quedar en el vacío cuando los grupos económicos descarguen las consecuencias trágicas de su planificación, sobre la legitimidad de un gobierno que tiene anónimos en redes sociales como único soporte.

La fortaleza de esta etapa, trasciende a este gobierno, se proyecta en un futuro sombrío de la Argentina y se nutre de dos fuentes.

Por un lado, la hegemonía en las clases dominantes lograda tras décadas acumuladas de extranjerización de la economía nacional, que permite ordenar a ganadores y perdedores detrás de un silencio cómplice en un programa de saqueo económico y desmoronamiento político de la democracia ejecutado para subordinar nuestra riqueza a los intereses geopolíticos de la disputa global de los Estados Unidos.

Por el otro, la debilidad del movimiento nacional, desertificado ideológicamente, incapaz de pensar desde las urgencias de nuestro pueblo, la identidad  de nuestro movimiento y el sentido de nuestros desafíos, entregado a los desatinos de una clase política que fabrica candidatos y vacía de convicciones y progrmas el horizonte de su representación.

Un movimiento nacional espectador de la crisis provocada por el saqueo colonial y la miseria planificada que se ejecuta efectiva y velozmente en nuestro país. Un movimiento concentrado en fabricar candidatos y pensar en una salida mágica que emerja de las urnas tras una contienda interna marcada por debates que sólo entienden los dirigentes que la protagonizan y aspiran de algún cargo, que no sólo deja afuera a la enorme mayoría de las personas que habitan en este país, también desagregan cotidianamente a una militancia que observa perpleja la ineficacia en la que insisten los dirigentes que antes aparecían como portadores de la única verdad.

La fortaleza de las sombras que amanzan nuestro destino y nos empujan hacia el abismo de nuestras emergencias, afinca en la profunda domesticación de un sistema político que pide permiso a Estados Unidos para gobernar éste país.

Pero claro, la única verdad, es la realidad.

Y esa realidad, habitada por urgencias sociales y emergencias económicas que no ocupan las preocupaciones de una clase política, terminan por fogonear una monumental crisis de representación política que amenaza con prender fuego los libretos prefabricados por el repertorio de un sistema democrático raquitizado.

Ahí entonces, la historia marca la tarea principal de este tiempo. El esfuerzo militante para consolidar mayores niveles de organización popular, la movilización como herramienta para enfrentar el ajuste, la iniciativa política para reconstruir el sentido de mayorías que permita encontrarle el agujero al mate para la reconstruicción del proyecto político que catalice las urgencias de la mayoría, constituyen las tareas principales para una etapa que nos demanda sacrificio e inteligencia.

En esta semana, en la que Javier Milei se mostraba exultante de la mano de Donald Trump y el genocida Netanyahu, en el que las multinacionales que cartelizan el comercio exterior de granos se jactaban de conducir la economía nacional y se alzaban con dos mil millones de dólares con la eliminación temporal de retenciones, en el que la angustia nubla las perspectivas de futuro, hay que mirar nuestra historia para comprender que la noche no es eterna, apenas es oscura.

Fernando Gomez

Fernando Gómez es editor de InfoNativa. Vicepresidente de la Federación de Diarios y Comunicadores de la República Argentina (FADICCRA). Ex Director de la Revista Oveja Negra. Militante peronista. Abogado.

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