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En la selfie no entramos todos


07 de septiembre de 2024

Daniel Ezcurra y una caracterización demoledora de la actualidad política de una clase dirigente que agiganta una crisis de sentido y representación que aún no termina de dimensionarse en toda su magnitud.

Daniel Ezcurra

En el siglo XIX y el siglo XX no existieron las selfies políticas. O en todo caso estos auto-retratos eran del orden de lo oral o lo escrito.

En plena Década Infame hubo una muy famosa; el vicepresidente Julio Roca hijo en 1932 antes de firmar el pacto de sumisión a la economía británica con el encargado de negocios del imperio Walter Runciman dijo; “Argentina, por su interdependencia recíproca, es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del imperio británico” .  Por su parte otro miembro de la comitiva, Guillermo Leguizamón, director de una empresa ferroviaria inglesa en argentina reforzará la idea: “La Argentina es una de las joyas más preciadas de la corona de su Graciosa Majestad” . Si la vamos a hacer, hagámosla bien parece ser el pensamiento que los animó.

Más conocida es la selfie que Juan Domingo Perón diera a conocer de su reunión con el embajador norteamericano Spruille Braden en junio de 1945. Ante las insinuaciones del enviado imperial, la respuesta del coronel fue contundente e inesperada para el experimentado procónsul; “Vea señor Embajador: a mí no me interesa ser muy bien considerado en su país al costo de ser un hijo de puta en el mío”. Por supuesto, que la reunión culminó en ese mismo instante.

Pero también podés quedar escrachado en la selfie literaria de otro, aun en pleno siglo XXI. Ese fue el caso del vicecanciller del gobierno de Mauricio Macri, Carlos Foradori. El ex ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, Alan Duncan, detalló en su libro autobiográfico "Thick of It: The Private Diaries of a Minister" que el diplomático argentino firmó en 2016 en las bodegas de la embajada inglesa y en evidente estado de ebriedad, un acuerdo que le otorgó a Gran Bretaña permisos de explotación comercial e hidrocarburífera en el Mar Argentino que rodea a las islas Malvinas. Mark Kent, embajador británico en Argentina de aquel momento, le informó a Duncan que el diplomático argentino lo llamó para decirle que "estaba tan borracho que no podía recordar todos los detalles de lo que había firmado" . El gobierno de Milei como reconocimiento retrospectivo de sus servicios a la (madre) patria lo nombró representante permanente de la Argentina ante los Organismos Internacionales en Suiza.

No me consta que Julito Roca, el catamarqueño Leguizamón o Foradori hayan sido, en su momento, jóvenes promesas políticas y, como tales, invitadas (después de un exhaustivo scouting) a participar de los ya tradicionales viajes organizados por el Departamento de Estado a través de sus fundaciones o think tank, pero seguramente merecieron una plaza.

Y es que esa forma de detectar y preparar liderazgos políticos, empresariales, militares, académicos, sindicales o culturales de todo el espectro ideológico-político para que sean afines al “interés nacional” estadounidense, se ha convertido en una sólida tradición desde aquel y lejano fin de la segunda guerra mundial y la disputa por el sentido común y las conciencias que significó la Guerra Fría.

Esa captación en forma de cursos, seminarios, recorridas, congresos y becas para estudios temáticos es parte importante de la consolidación del llamado Soft Power, vinculado estrechamente a la construcción de hegemonía. La consultora internacional Brand Finance define en su último informe al poder blando como “la capacidad de una nación para influir en las preferencias y los comportamientos de diversos actores en el ámbito internacional mediante la atracción y la persuasión en lugar de la coerción”. Las potencias se toman en serio ese juego. Y como el factor tiempo es central en la carrera por el predominio eso implica dinero. Time is money.

En la actualidad, en medio del movimiento de placas tectónicas civilizacionales, la lógica de digitalización de la existencia ha llevado a aquel fenómeno descripto y denunciado en los 90 como farandulización de la política hacia el paroxismo. Parafraseando al Señor Spock de Star Trek cuando decía “ es la vida, pero no la vida tal como la hemos conocido”; podemos asegurar que es la política, pero no como la conocimos.

Y es que hoy una parte central de esta noble actividad humana parece haberse convertido en un contenido más (y tal vez menor) de los que alimentan la frenética rueda sin fin de los algoritmos.

Claro que el fenómeno no es nuevo. Ya en un lejano 1967 el filósofo y activista situacionista Guy Debord alertaba que "El espectáculo, entendido en su totalidad, es a la vez resultado y proyecto del modo de producción existente. Bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o consumo directo de entretenimientos, el espectáculo constituye el modelo actual de vida socialmente dominante”.

Más que nunca antes la política se volvió espectáculo. Se ha rendido al comisariado y la curaduría de  community managers y fotógrafos profesionales, hasta el punto en el que en muchas prácticas militantes los hechos ya no se miden tanto por su valor de construcción de comunidad sino por su potencial de hacerse virales. Todo a tono con el hedonismo que satura las redes sociales con el mensaje hiper-individualista de felicidad permanente.

En el manual de estilo de la tecno-política nos encontramos en un lugar importante con la política de la selfie. Y es que, así como en el capitalismo de plataformas la explotación se volvió autoexplotación, en el mundo de la comunicación digital el marketing se volvió automarketing.

El consultor vinculado a Unión por la Patria Alfredo Serrano Mancilla lo describe así: “Cada vez es más habitual que los políticos se hagan selfies para mostrarse a sí mismos permanentemente. Un exceso de ensimismamiento, de mirarse persistentemente al ombligo. Se pierde la noción de lo que ocurre afuera. La política ha dejado de poner el oído en la calle, en el territorio, en lo que pasa afuera en cada esquina. Demasiado selfie. Se toman decisiones que afectan a la mayoría, y sin embargo, la foto se hace sobre su propio espejo. Ya no importa tanto si la gente tiene para pagar un precio excesivo por el servicio del gas o no. Todo se resuelve con un selfie. Por cada problema, un selfie como solución. La política limitada a una foto” .

¿Qué nos quieren decir con esa selfie? Si reunimos el viaje de egresados del interés nacional norteamericano y la necesidad de decir “yo estuve allí” que expresa, tenemos, sin duda, una declaración política para propios y extraños. Sobre todo, cuando quien sostiene el smartphone de última generación es parte de un espacio que ha hecho del meticulosamente supervisado uso de la imagen una marca de identidad; por ejemplo, para mostrar disgusto y desaprobación en actos propios en la provincia de Buenos Aires.

El problema de la selfie es que no entramos todos. Un claro mensaje en la botella lanzado al tormentoso y embravecido presente del océano peronista que no podemos dejar de atender pensando en lo que viene.

Daniel Ezcurra

Daniel Ezcurra es militante, docente, historiador, miembro del CEPES (Centro de Estudios en Políticas de Estado y Sociedad). 

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